De visita en Buenos Aires, el expresidente uruguayo Julio María Sanguinetti describía con agudeza que los sindicatos docentes son los más reaccionarios y conservadores. Nada debe cambiar para que personajes como Roberto Baradel, por mencionar un caso testigo, sigan disputando espacios de poder mientras asistimos al colapso de la educación pública. Afortunadamente, un ejército de abnegados maestros, que ciertamente no se sienten representados por quienes solo persiguen su propio beneficio, recuerdan que no todo está perdido.
También nos visitó Francesco Tonucci, un psicopedagogo italiano, autor de numerosos libros, que se reconoce a sí mismo como un maestro dedicado a los niños. Convencido de que hay que formar docentes diferentes y no solo pedir reformas, habló en diálogo con LA NACION sobre una “escuela ilegal” que impulsa una formación que solo garantiza que nada cambie.
Tonucci, con el seudónimo de Frato, se expresa también con facilidad por medio del dibujo, acercándose con sus mensajes y libros tanto a adultos como a niños.
En junio de 2020 destacábamos en estas columnas su valentía al denunciar, entre otras cosas, que los políticos no escuchaban a los niños para tomar decisiones en tiempos de pandemia, ignorando sus deseos y necesidades y alejándolos de sus amigos. Puso también en valor que cuestiones domésticas que los acercaban a sus familias fueran disparadores de aprendizajes.
Su iniciativa “La ciudad de las niñas y los niños”, nacida hace más de 30 años, se extiende hoy por Europa tanto como por América Latina. Pensar en incluir a los niños es también contemplar que adultos mayores, personas con discapacidad y padres con cochecitos puedan moverse de forma autónoma, en espacios nivelados, con velocidades máximas para el tránsito, entre otras condiciones que les permitan adueñarse de los espacios que hoy tienen vedados. Entre nosotros, con el apoyo de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia, el proyecto que busca restablecer la relación de las ciudades con todos sus habitantes, niños incluidos, cobra vida en 110 ciudades de ocho provincias y en la totalidad del territorio santafesino y neuquino. Promover la participación infantil en los barrios y en el gobierno de las ciudades, escucharlos y garantizar su derecho a jugar, a participar en la vida cultural y artística, y a desarrollarse en un contexto que asegure sus derechos son ejes de la propuesta de Tonucci.
Su concepto de la educación está en consonancia con lo que plantea la Convención de los Derechos del Niño, de la que nuestro país es signatario, que reconoce que se debe perseguir el desarrollo de la personalidad del niño, sus actitudes y capacidades hasta su máximo potencial. Esto incluye no solo la incorporación de conocimiento formal, sino también cuestiones ligadas a la vida cotidiana y a habilidades sociales.
Según Tonucci, un efecto del progreso es la protección o sobreprotección de los niños que no tienen permitido moverse en las ciudades, como si creyéramos que “fueran tontos, incapaces o inhábiles”. En grandes urbes, cuando la inseguridad marca un límite infranqueable, sus propuestas no parecen replicables, pero sí pueden serlo en algún barrio como en el microcentro porteño, donde el peatón, la bicicleta o el parque automotor a no más de 10 km/h marcan una diferencia. Contemplar que sean ellos quienes también nos guíen al futuro que imaginan es instalar un necesario cambio de paradigma.
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