El nombre de un producto es clave. En parte porque es la palabra que todos van a usar para referirse a él y en parte porque es donde reside el mensaje que la empresa busca transmitir. Que si es pegadizo o difícil, simple o interesante, aburrido o cool, anticuado o contemporáneo, que si vende o desmotiva, divierte o trilla. Al final, la tarea de definir un nombre es mucho más que una decisión, e involucra a bastante más que una persona. Se trata de un proceso creativo, pero sobre todo estratégico, y largo, con múltiples instancias y participantes que proponen, discuten, evalúan y votan reiteradas veces hasta llegar a un puerto final. Bienvenidos al entretenido y temido proceso de naming.
Un proceso con idas y vueltas
En el caso del nombre de un nuevo modelo de auto, el proceso empieza en la casa matriz o sede regional de cada automotriz, pero los detalles de cada instancia del proceso pueden variar según cada fabricante. Desde Toyota, por ejemplo, indican que cada sede debe proponer una lista de 10 a 15 nombres, que luego atraviesan un filtro en la casa matriz, donde se seleccionan 10 finalistas a nivel global. Una vez resuelta esta lista, cada filial vota y reporta, de ser necesario, si en el mercado local alguno de esos nombres podría tener una connotación negativa.
Existe una premisa de base generalizada en todas las automotrices, y esta es que los nombres sugeridos tienen que ser 100% originales, es decir que no se hayan usado nunca antes, y estar asociados con conceptos positivos. Otra condición es que los nombres deberían poder pronunciarse en cualquier idioma, sin mayor dificultad.
Sin embargo, hay otras premisas que cambian dependiendo de los valores, ideología y criterios de evaluación de cada automotriz, y de sus respectivos equipos de branding. Para Volkswagen, por ejemplo, consonantes como la K o la X, son universalmente fáciles de pronunciar, y son gancheras a la hora de nombrar un auto. A raíz de esta observación se bautizaron a modelos como la Amarok y el Fox de Volkswagen. Otras marcas recurrieron al mismo “truco”. Pruebas son el caso del Onix de Chevrolet y el Ka de Ford, entre otros. Hay hasta marcas que lo aplicaron en su identificación de cabecera, como Kia o Kawasaki.
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En el otro extremo está Ferrari. La automotriz con sede en Maranello repite mucho en la nomenclatura de sus modelos la combinación de letras con números, que hacen referencia al cubicaje unitario de cada cilindro del motor. En el 488 GTB, para ejemplificar, el 48 es la cilindrada de 4,8 litros, y el 8 la cantidad de cilindros del motor, mientras que las siglas son las iniciales de Gran Turismo Berlinetta.
Toyota, por su parte, también aplicó la técnica de mezclar letras y números en modelos como su SW4 y RAV4, entre otros. En estos casos las letras no refieren a los motores, sino a sus nombres originales en inglés, y los números a la tracción de las ruedas: Sport Wagon y Recreational Active Vehicle respectivamente.
La marca nipona, sin embargo, también aplicó otras técnicas. Por un lado, la de la fusión de palabras en inglés. Así nacieron, por ejemplo, la Hilux (resultado de “high”, altura, y “luxury”, lujo) o la Hiace (”high” y “ace”, as). Por otro lado, también usaron la técnica de usar lenguas menos universales como fuente de inspiración. Ejemplos son el Corolla, que proviene de “corōlla” que significa corona pequeña en latín; el Prius, el primer híbrido de la historia, que significa primero en latín; y el Camry, que viene de “kanmuri”, que significa “corona” en japonés. Están también el Etios, que nace de “ethos” en griego, que significa espíritu o carácter; y el famoso Yaris, cuyo origen viene de Charis, una diosa griega que representaba a la elegancia en la mitología.
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Transmitir un mensaje
Coradir S.A., la empresa que dio luz a Tito, el minicar eléctrico argentino, tiene una opinión distinta a la de las grandes automotrices. “En nuestro caso, queríamos mostrar una idea totalmente distinta: la de una nueva forma de moverse pero adaptada a nuestro mercado, la de un auto familiar, simpático y amigable”, explica Juan Manuel Barretto, presidente de la empresa con sede en San Luis.
El equipo de 10 empresarios puntanos se sentó alrededor de una mesa redonda para discutir la mejor forma de llamar a la cara de su debut en el mundo de los autos. Fueron varios encuentros en los que se discutieron muchas ideas, y más de 300 nombres fueron descartados.
“Estaba permitido decir cualquier cosa, hasta malas palabras”, confiesa Baretto. “En una de estas reuniones uno de los chicos de gráfica imprimió un listado con las propuestas y cuando lo vimos escrito fue una revelación: todos supimos que tenía que ser el nombre”, dice en referencia a Tito, que rimaba con “autito” y “chiquito”.
Autos que tuvieron que cambiar el nombre
A la hora de lanzarse al mundo real, todo proceso creativo pasa por trabas, y de esto no se salva el naming de los autos. Hay más de una historia de modelos cuyos nombres tuvieron que modificarse para encajar con el mercado de turno.
Entre algunas claves que identifican los directivos de la industria están la de evitar palabras con doble sentido o que puedan ser malinterpretadas. Casos famosos en la historia que debieron cambiar de nombre al pasar de un país a otro fueron el Pajero de Mitsubishi, el Jetta de Volkswagen y el Borrego de Kia, rebautizados en otros mercados (entre ellos la Argentina) como Montero, Vento y Mohave.
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El del Mitsubishi Pajero es el más recordado entre los conocedores de la industria. El todoterreno llegó al país en 1982 y lo curioso es que mantuvo el nombre por nada más ni nada menos que 18 años y dos generaciones. Su denominación provenía de leopardus pajeros, el gato sudamericano de los pajonales, con la idea de aludir al concepto de un animal salvaje y aventurero. Fue en el 2000 que la marca japonesa de los tres diamantes optó por cambiarlo en los países de América Latina por su connotación negativa, y el nombre del 4×4 pasó a ser Montero.
Otra clave que las marcas tienen que considerar es la de huirle a la controversia y tratar de que el nombre elegido no tenga una asociación directa con objetos, personajes o temas de coyuntura, o “calientes” en la sociedad, ya que dependiendo del desenlace, un modelo podría dispararse o hundirse con facilidad. Ford, por ejemplo, nombró a su Mustang en honor al avión de combate homónimo utilizado durante la Segunda Guerra Mundial, pero esto no fue antes de 1964, cuando ya habían pasado casi dos décadas desde el final del acontecimiento bélico.
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Los motivos no siempre son dramáticos. A veces es una cuestión de percepción de marketing. El Toyota SW4, por ejemplo, tiene este nombre solo en la Argentina. El nombre original con el que el modelo se exporta en el resto de los mercados de Latinoamérica es Fortuner.
En definitiva, los bautismos de los rodados están llenos de filtros, cláusulas, detalles y trasfondo a considerar. Son idas y vueltas de propuestas, rechazos y votaciones que los equipos deben explorar, y es la decisión final la que, por las buenas o por las malas, define el impacto comercial.
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