Un año y medio. Eso fue lo que esperó Romina R., madre de Tadeo, de cinco años, antes de conseguir una fonoaudióloga para iniciar el tratamiento, desde que los especialistas –pediatra, psicólogo, psicopedagoga– le indicaron que, además de las otras terapias, su hijo tenía que iniciar un tratamiento por su demora en el desarrollo del habla.
“Es muy frustrante. Desesperante. Porque por un lado el pediatra y en la escuela me decían que no nos demoráramos, porque esto le afectaba en otras áreas del aprendizaje, pero a la vez, nadie tenía turno. En algunos consultorios, no había lugar ni en lista de espera. Me anoté en más de 15 centros, hasta que hace unos meses finalmente, después de conseguir el certificado de discapacidad, me llamaron de un centro que había un turno. Casi me pongo a llorar cuando me llamaron. Es muy fuerte. Lo celebramos como si nos hubiéramos ganado la lotería. Y simplemente habíamos conseguido un turno. Y de forma particular”, cuenta Romina.
Lo que describe es parte del derrotero que viven hoy la mayoría de las familias cuyos hijos requieren la atención de un fonoaudiólogo: la falta de profesionales en esa especialidad hace que conseguir una vacante para iniciar un tratamiento sea una tortuosa odisea. Justamente, los números no son alentadores para los pacientes, aunque sí pueden mostrar una ventana de oportunidad para quienes elijan estudiar esa carrera, que demanda unos cinco años de formación y que hoy, por la poca cantidad de egresados de las tres universidades en las que se estudia en la ciudad de Buenos Aires, augura un ingreso mensual superior a los 400.000 pesos.
Hoy, en toda la ciudad hay apenas 198 fonoaudiólogos, según cifras de la Federación Argentina de Fonoaudiólogos. En la provincia el panorama es similar: en 2021, allí había 5351 profesionales. Dos años después, apenas quedan 4325. Es por eso por lo que las demoras son tan grandes. Pero el problema no es sólo que hay menos egresados. También hay profesionales que se dan de baja.
“Se necesita aproximadamente un fonoaudiólogo cada 1500 a 2000 habitantes. Ninguna provincia logra acercarse a esta proporción, siendo Buenos Aires (en la ciudad y en la provincia) las mejores posicionadas con un fonoaudiólogo cada 3881 habitantes, encontrándose Corrientes muy lejos de esa meta, con un fonoaudiólogo cada 21.733 habitantes”, dice Verónica Maggio, fonoaudióloga, directora de la Diplomatura en Trastornos del Lenguaje Infantil de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral (allí no se dicta la carrera).
Ella habla en base a los datos publicados por la Federación Argentina de Fonoaudiólogos, el Colegio de Fonoaudiólogos de Buenos Aires y la Asociación de Fonoaudiólogos de Buenos Aires. Maggio forma parte de un grupo de profesionales preocupados por la baja cantidad de egresados, que impulsa una campaña para aumentar el número de ingresantes a esa carrera, que promete una salida laboral garantizada.
“Hoy, un chico en la provincia de Buenos Aires puede estar esperando un fonoaudiólogo un año”, detalla. Así como faltan profesionales, de manera inversa aumenta la necesidad. No solo por la falta de oferta, sino porque cada vez hay más chicos con trastornos del lenguaje. Para darse una idea, hace 30 años, había un chico con autismo cada 1000. Hoy es uno cada 36. Y es sólo una de las dificultades comunicacionales que atendemos. Hay más diagnóstico y hay más casos también”, apunta.
Evelyn Armesto, madre de Antonia, de seis años, no necesita leer estas estadísticas para conocer la odisea que es conseguir un turno. Desde hace varios meses está intentando en distintos consultorios de la zona Sur del Gran Buenos Aires, desde Adrogué a Burzaco, sin éxito. Ya le dijeron otras madres que tiene que armarse de paciencia e insistir. “Es agotador. Y olvidate de que te atiendan por prepaga. Es muy complicado. También me anoté en centros que están más lejos, pero si me llega a salir el turno, va a ser complicado. Son terapias largas, de una o dos veces por semana. No podemos viajar dos horas en auto para una consulta de media hora”, cuenta.
Karina S. es la madre de Felipe, de 7 años. “Conseguir turno no fue fácil. Desde 2019 nos atendemos con la misma profesional. Son tratamientos largos y no reciben el alta en pocas sesiones, por eso no se consiguen turnos. Es muy difícil lo que vivimos los padres para lograr que a nuestros hijos los atiendan”, cuenta.
Otras patologías que atienden
Los fonoaudiólogos no solo tratan problemas lingüísticos en niños. Su campo es muy amplio y eso aumenta la demanda y la falta de profesionales disponibles: atienden también a adultos con dificultades de lenguaje adquiridas por ejemplo por haber sufrido un ACV; pacientes con problemas de audición, alteraciones de la voz, como cantantes y locutores, o con trastornos de deglución y problemas en respiración, succión, deglución, entre otros.
“Solo en el área que trata problemas del lenguaje en población infantil hay que considerar que, aproximadamente, un 15% de los niños menores de 14 años necesita alguna ayuda. Hay siete niños con trastorno de lenguaje cada 100. Esto se suma a los cuadros de retraso lingüístico, entre otros trastornos”, indica Maggio.
Dentro de las fonoaudiólogas que trabajan el lenguaje infantil, quienes tienen la especialización neurolingüística son los más buscadas y las más escasas. Conseguir turno puede demorar años y por obra social o prepaga ser directamente imposible. El nomenclador que define los honorarios de los profesionales que atienden discapacidad está muy por debajo de lo que cobra un profesional en forma particular. “Para un chico con retraso en el lenguaje, esperar un año para lo que es el desarrollo del lenguaje es una vida. Es el momento más rico para trabajar”, explica Maggio.
Valeria Piccolo es abogada y, a raíz del diagnóstico de su hijo menor de nueve años (tenía un retraso significativo en el lenguaje, ya superado), se vinculó con distintas ONG que reciben chicos con alguna dificultad. Su propio derrotero para conseguir fonoaudiólogos para su hijo con Trastorno Específico del Lenguaje (TEL), multiplicado por todas las otras terapias que recibe, la llevó a colaborar con la ONG PANAACEA, desde donde suele asesorar en temas legales a familias que pasan por la difícil lucha de conseguir la cobertura y la atención para sus hijos. “El tema de la falta de fonoaudiólogos es muy marcada. Sobre todo los que tienen orientación neurolingüística es muy difícil conseguir turnos. Especialmente si los chicos tienen diagnósticos que requieren tratamientos largos. Porque muchas veces, si bien el certificado de discapacidad les debería garantizar atención gratuita, en el medio se encuentran con una montaña de papeles y burocracia que les dificulta poder acceder a ese beneficio. Y estamos hablando de mucho dinero por mes que muy pocos podrían pagar”, dice.
Más fonos más salud
La campaña Más fonos, más salud es una iniciativa que nuclea a distintos fonoaudiólogos para impulsar que más personas ingresen a la carrera. La promueven Asalfa, una sociedad científica y profesional que nuclea a fonoaudiólogos universitarios, la Asociación de Fonaudiólogos de la ciudad de Buenos Aires (Afocaba), el Colegio de Fonoaudiólogos de la provincia de Buenos Aires, la Federación de Fonaudiología y el servicio de Fonoaudiológia del hospital Austral.
“La falta de fonoaudiólogos es histórica pero se profundizó en los últimos años. Los nuevos universitarios eligen otras carreras, pero se conoce poco de esta profesión que tiene muy buena y rápida salida laboral. Por eso, comenzamos a hacer campaña de divulgación de la profesión desde hace dos años. Hoy la carrera se dicta en la UBA, en la Universidad del Salvador y en la Universidad del Museo Social. Antes de la campaña, había facultades en las que egresaban apenas 30 profesionales por año e ingresaban unos 70 nuevos estudiantes. Ahora, desde que impulsamos la divulgación, la inscripción se duplicó. Esperemos que ese camino continúe, si no en los próximos años vamos a tener problemas aún más severos para la atención”, dice Maggio.
Los siguientes números pueden tentar a quien esté buscando su vocación: “Hoy, los residentes de fonoaudiología en los hospitales públicos ganan mejor que los médicos por la demanda que hay: más de 200.000 pesos. Y varios de los concursos que se abrieron el año pasado quedaron vacantes. Además, un profesional con título, apenas abre su consultorio no tarda más que unas semanas en completar la demanda de turnos. Son pocos los que atienden por obras sociales y prepagas. Y una sesión se cobra unos 6000 pesos promedio”, explica Maggio.
Por eso, complementando el trabajo hospitalario con un consultorio en poco tiempo se llega a un ingreso de unos 400.000 o 500.000 pesos.
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