Sol Mihanovich nació con un destino marcado y un día supo que seguir el camino de la música era algo inevitable. Hija de Vane Mihanovich y sobrina de Sandra, creció entre guitarras, pianos y arreglos. Y también eligió una familia musical porque su marido, Matías Onzari, es bajista. Además, es nieta de Mónica Cahen D’Anvers y César Mascetti, y esa veta periodística marcó los primeros pasos profesionales hasta que un hecho la shockeó y se decidió definitivamente por la música. En una charla íntima con LA NACION, un ratito antes de sus clases, Sol Mihanovich habla de la relación con su abuela y su tía, de por qué priorizó la música y busca siempre lo que le hace bien, y también habla de un grave problema de salud que tuvo a los 12 años y que le dejó muchas enseñanzas. Por estos días prepara las últimas clases en Sound of música, su escuela de comedia musical, que tiene sedes en Pilar, Olivos y la ciudad de Buenos Aires, está terminando de grabar su quinto disco y ensaya para un show que dará el 7 de diciembre en La Campiña de San Pedro, una iniciativa que tomaron hace poco más de un año con su papá y su tía.
-Creciste en una familia musical, ¿creés que podrías haber seguido un camino distinto?
-Es un poco inevitable. Estudié música y comunicación al mismo tiempo, y trabajé cinco años en medios porque me divertía y siempre me gustó escribir. Arranqué en TN, era la pichi de las pichis, en el programa de mi abuela, Al pan pan. Tenía 18 años y estaba aprendiendo. Después hice una pasantía en el diario Buenos Aires Herald y estuve en el reality Escalera a la fama, como productora. Eso me superó; dije nunca más, porque eran muchas horas. Yo estudiaba y quedaba agotada. Hago música desde que tengo memoria porque mi mamá, Vicky Canale (artista y escultora), daba clases para chicos y a los cinco años también empezó a enseñarme a mí. Toda la vida tomé clases de música, pero algo hizo que cuando terminara el colegio no me animara, aunque ya tocaba y cantaba con mi papá en varios ciclos. Después de un año dejé la escuela de música porque no me daba la vida y seguí estudiando comunicación. Y el último trabajo que tuve como periodista fue en Radio del Plata con mis abuelos, hasta 2003. Y desde los 14 años que doy clases de guitarra. Todo al mismo tiempo. A mis 21 años nació mi escuela de comedia musical, con mi prima Magda, que es una gran bailarina. Arrancamos en un colegio y seguimos creciendo.
-¿En que momento te decidiste por la música?
-Fue algo muy puntual, la tragedia de Cromañón. Yo estaba en Del Plata, entraba muy temprano y, camino a la radio, me enteré de esa noticia. Ese día entrevistamos a varios de los familiares. Cuando terminé, me felicitaron mis compañeros, pero yo estaba devastada; me hizo mal, sentí que invadía a la gente en esos momentos tremendos y me destruyó. Mi sensibilidad no me permitió seguir con ese trabajo y me dije: “Esto no es para mí”. Me hace bien la música, estar con gente, dar clases. Era fin de año, me fui de vacaciones porque cortábamos en enero, y cuando volví trabajé un par de semanas y con todo el dolor del alma les dije a mis abuelos que no quería seguir.
-¿Te entendieron?
-Sí. Mis abuelos me habían pagado la carrera de comunicación y yo sentía mucha culpa. Me acuerdo de estar en San Pedro y decirle a mi abuela que no quería hacer periodismo sino música; y yo lloraba porque sentía que los estaba desilusionando. Ella me dijo que me quedara tranquila, que no había ningún problema. Por suerte me entendieron y yo también supe que tenía que hacer lo que me hiciera bien. Volví a la escuela de música sin tanta presión, y a los 23 años le dije a mi papá que quería hacer la mía y empecé a preproducir mis primeras canciones y armar mi banda. En ese momento ya estaba con mi marido, que es bajista.
Cosa de familia
-Sos parte de la banda de Sandra y seguís tocando con tu papá, ¿cómo es trabajar en familia?
–Cuando le conté a Sandra que quería hacer música profesionalmente me dijo que hiciera mi camino tranquila, y que era inevitable que hicieran comparaciones. Creo que eso me hizo no mirar mucho alrededor y no estar tan pendiente. A los 23 años, Sandra me convocó para hacer coros en su banda. Ya pasaron 20 años y sigo. Fue un desafío enorme, porque si bien yo cantaba hacía un montón, hacer coros no es sencillo. En ese momento teníamos arreglos de Roxana Amed, que había sido mi profesora, y tenía que estudiar mucho porque era un montón de responsabilidad. Es verdad, se me abre una puerta porque soy su sobrina, pero hay que sostener eso. Crecer en una familia de artistas tiene muchas aristas. Ser parte de la familia es alucinante, porque todos son reconocidos por lo que hicieron y por ser buenas personas. Tengo el recuerdo de ser chiquita, estar en maquillaje en Canal 13 con mi abuela, y hablando de la fama ella me dijo que era una consecuencia de hacer las cosas bien. Siento un gran orgullo por mi familia, cómo se manejaron en la vida, por cada decisión que tomaron.
-No te pesó el apellido entonces…
-No. Y me hizo bien no estar pendiente de si gustaba o no lo que yo hacía; no me importaban las comparaciones. Decidí hacer lo que me hace bien y fui para adelante. Hubo gente que hasta me sugirió que me cambiara de apellido y, para bien o para mal, Mihanovich es el mío. Seguramente hubo gente que tuvo prejuicios, pero no me hago cargo porque yo hago música con amor y buena fe.
-Varias veces hablaste de elegir lo que te hace bien, ¿es una enseñanza que te dejó el problema de salud de tuviste a los 12 años?
-Yo creo que algo de eso hay. A los 12 años me diagnosticaron un sarcoma de Ewing en mi fémur izquierdo. Hice un año de quimioterapia, tuve un trasplante de fémur y mi familia estuvo muy movilizada. Fue una etapa muy particular, en la que tal vez no tenía conciencia de lo que podía pasar porque era muy chica. Fue un cáncer muy agresivo, que solo tenía el 20% de sobrevida. Pero tuve una recuperación alucinante, mucho mejor de la esperada; decían que iba a estar tres meses en silla de ruedas y al mes y medio estaba caminando. Creo que tiene que ver con la familia, el amor, la contención. Y si pienso en un aprendizaje que me dejó esta enfermedad, creo que me hizo entender que quería hacer lo que me hiciera bien. Me doy cuenta que tengo una búsqueda constante de lo que me hace bien porque sino, físicamente, mi cuerpo reacciona. Desde muy chiquita tuve conciencia de la finitud, y tal vez les suceda lo mismo a las personas que pasan por una situación límite; siento que es hoy, porque mañana, ni idea. Le compuse una canción a mi abuela, que se llama Mis personas favoritas, y el tema empieza diciendo: “Quiero mirarte a los ojos mientras estés”. Cuando se lo mostré a mi viejo y a mi tía, me dijeron que era un poco fuerte. En realidad habla de disfrutar sobre mientras estemos, de aprovechar el momento, porque hoy estamos y mañana, no sabemos. Trato de honrar la vida todo el tiempo, todos los días.
-Tenés dos hijas, ¿también hacen música y siguen la tradición?
-Tocan y cantan y actúan y bailan. Elina tiene 13 años; canta, compone y es muy musical. Amelia tiene 10, es muy musical, una tremenda bailarina y actriz. No sé qué harán, lo que quieran. En mi caso, a veces pienso que es inevitable, porque mamé la música. No iba a poder escaparme de la música (risa).
-¿Cómo conociste a Matías?
-Lo conocí porque teníamos una banda con mi papá en la que tocaba la batería Eduardo Onzari, que hoy es mi suegro. Un día dijo que tenía un hijo bajista, y lo trajo. Me acuerdo que Matías no hablaba, porque es muy tranquilo y callado; siempre digo que es mi cable a tierra. Al principio no nos dábamos bola, él tenía su novia, yo mi novio, y después de un tiempo empezamos a hablar. Llevamos 15 años de casados y estamos juntos hace 20. Ya estábamos viviendo juntos hacía rato y un día le dije: “Casémonos, porque tenemos todo hecho’. Nos casamos en San Pedro y mi mamá, que organiza eventos, hizo todo el trabajo. Nos fuimos de luna de miel con lo que nos regalaron, porque ya teníamos todo. Nos fuimos un mes al sudeste asiático.
-¿Y les resulta vivir y trabajar juntos?
-Tenemos trabajos por separados, pero en algunos proyectos estamos juntos y nos llevamos muy bien. Creo que ser tan distintos suma mucho. En este momento estamos trabajando juntos en mi quinto disco, que se va a llamar Hacer lugar, seguramente. Tiene que ver con hacernos lugar para las cosas que nos hacen bien. A veces, la vorágine en la que vivimos hace que eso se nos pase, pero hay que buscar el momento de estar con las personas que queremos y ser felices en el camino. Creo que el año que viene van a salir las primeras canciones. Estamos haciéndolo con el programa de Mecenazgo. Mi primer disco es un EP, de cuatro canciones y se llama Cuadernos nuevos y fue independiente. Después hice El juego y fue nominado a los Premios Gardel, el tercero se llama Suerte, y el cuarto, En viaje, también nominado a los Gardel. Tengo una banda que es como mi familia, y además de Matías está Rodrigo Genni que toca la batería, y Nicolás Mu Sánchez, la guitarrista. Toco con mi papá y estoy en la banda de Sandra desde hace 20 años. El 7 de diciembre vamos a estar en La Campiña, en San Pedro. Desde hace un año tenemos fechas con Sandra y Vane, y hacemos cenas show los sábados a la noche. Sandra tiene una función el 13 de diciembre en La Trastienda, pero no sé si voy a poder estar porque tengo los espectáculos de mis alumnos.
-¿Se llevan tan bien como parece o hay roces en la familia?
-Obvio que hay choques, pero hablamos y nos ponemos de acuerdo. Priorizo pasarla bien, porque además la mejor música va a venir si disfrutamos el proceso.
-¿Cómo está Mónica?
-Muy bien; cumplió 90 años, vive en San Pedro y todos vamos todas las semanas. Yo voy los jueves a darle una mano en La Campiña, porque de todo se ocupaba mi abuelo. Y Sandra, Vane y mi hermano van los fines de semana. Ella tiene una educación súper inglesa y es difícil que diga que está triste, pero le cuesta la ausencia de mi abuelo, porque estaban juntos todo el tiempo. Es una agradecida de la vida y siempre dice que es una privilegiada, que tuvo mucha suerte. Mi abuela es muy genia.
-Siempre decís que César es tu abuelo, pero en realidad tu abuelo biológico es Iván Mihanovich, ¿tuviste relación con él?
-Sí. Mi abuelo Iván, que era pintor y arquitecto, murió en pandemia y tenía relación, pero menos. Mónica e Iván se separaron cuando mi papá era chico y después él se volvió a casar y nunca tuvimos mucha relación, al menos no tan cercana como con César. Me acuerdo de los fines de semana en San Pedro, compartiendo con ellos.
-¿Qué recuerdos tenés de César?
-Lo extraño un montón y lo siento súper presente; en cada cosa que pasa me pregunto qué pensaría él. Y a veces siento que putearía (risas); lo cargábamos y le decíamos “Shrek”. Era muy gracioso y muy jodón, y en el fondo, un dulce de leche. Pasé mucho tiempo con mis abuelos y teníamos una relación cercana, de consejos, de enseñanzas, de valorar el trabajo y el esfuerzo.
-Tenes un hermano, ¿zafó del destino musical?
-Sebastián es músico también, pero toca en la intimidad. Hace muebles espectaculares y dibuja muy bien. Hay una historia en la familia Mihanovich que me contó una vez una mujer que fue a Doli, el pueblito de Croacia de donde viene la familia. Durante muchos años no hubo comunicación entre los que quedaron allá y los que vinieron, y cuando se reencontraron, se dieron cuenta de que todos era músicos o pintores.
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