Difícil decir dónde, exactamente, está el vértigo: ¿en la bajada empinada que el tren del parque de atracciones está a punto de afrontar? ¿O en la tormenta –a juzgar por las nubes, probablemente importante– que se engendra a espaldas de la montaña rusa? El secreto de esta foto es su capacidad de instalarse en cierta hendidura temporal: un segundo antes de que los carritos desciendan a toda velocidad con su carga de gritos, adrenalina, risas nerviosas y algún que otro brazo levantado; un tiempo más difícil de precisar, previo a un evento que, como todo en la naturaleza, sigue sus propias reglas, a menudo renuentes a los humanos intentos de sistematicidad. De tan inevitable, hasta da pudor mencionar la metáfora, pero ahí está el sentir de nuestra época: una acelerada carcajada entre velocidad y distracciones; la progresiva formación de tormentas que no terminamos de ver.
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