Mucho se sabe de la vida amorosa del rey Carlos III (74)… Y poco sobre sus otras pasiones, que fueron forjando el carácter de Su Majestad a lo largo de los años y lo convirtieron en la persona que es hoy. Desde el cuidado del medioambiente –una causa que asumió como propia hace más de cinco décadas, cuando los ecologistas eran tildados de “hippies radicales”– hasta su desconocido entusiasmo por el patinaje sobre hielo, varios son los temas que fascinaron desde muy joven al soberano del Reino Unido.
Los perros, el polo, la pesca con mosca, pero también la pintura, el windsurf, la agricultura orgánica y hasta el rescate del patrimonio de las islas son algunos de los intereses que pintan el retrato completo de Carlos, a quien pronto veremos ser consagrado Rey junto a su mujer, Camilla (75), en la abadía de Westminster.
EL REY ECOLOGISTA
Corría 1970 y el entonces príncipe de Gales tenía 22 cuando dio su primer discurso en contra de la contaminación ante un comité especializado en la Universidad de Bangor, al Norte de Gales. Ese día, Carlos no sólo selló un compromiso inquebrantable con la sostenibilidad, sino que también dio definciones casi proféticas sobre el cambio climático.
El término “calentamiento global” aún no había sido acuñado por el científico Wallace Broecker y conceptos como los de “conservación”, “ecología” y “economía circular” eran desconocidos por el gran público, cuando Carlos advirtió sobre los “terribles efectos de la contaminación en todas sus formas cancerosas” y llamó por su nombre a las amenzas climáticas con las que el mundo se enfrenta hoy: “Existe la creciente amenaza de la contaminación por petróleo en el mar, que […] destruye la vida de decenas de miles de aves marinas. Hay contaminación química, que se descarga en los ríos […], y hay contamiación del aire por el humo emitidos por las fábricas y por los gases que expulsan un sinfín de automóviles y aviones…”.
A partir de entonces, Su Majestad habló varias veces más sobre la importancia de cuidar el medio ambiente. La más mediática fue en 2020, en el Foro Económico Mundial, en Davos, cuando se refirió a la gravedad del cambio climático y preguntó, sin concesiones: “¿Queremos pasar a la historia como las personas que no hicieron nada para sacar al mundo del borde del abismo a tiempo para restablecer el equilibrio, cuando pudimos haberlo hecho? Yo no quiero”.
Desde aquel discurso de su juventud a la actualidad, el soberano se ocupó de acompañar con acciones cada uno de sus dichos. Hace más cuarenta años, empezó a experimentar con agricultura orgánica en las tierras del ducado de Cornwall y, desde su adquisición en 1980, fue convirtiendo a Highgrove House, su “lugar en el mundo”, en el condado de Gloucestershire, en un verdadero santuario ecológico.
En su adorada casa de campo, las calderas funcionan con biomasa, las cosechas se riegan con agua de lluvia y el 50% de la electricidad y el gas se logra a partir de fuentes renovables. Tal es el compromiso de Su Majestad con la sostenibilidad, que en 2008 convirtió el Aston Martin que maneja desde fines de los 60 para que funcione con bioetanol (un combustible que se produce con residuos del vino blanco y suero de queso) y en 2010 logró el permiso para instalar paneles solares en Clarence House, su residencia oficial en Londres.
Ya Rey, Carlos decidió replicar los mismos principios de la gestión sostenible de Highrove al Castillo de Windsor, la última residencia de su madre. Desde la muerte de Isabel II, en septiembre último, el soberano instaló puntos de recarga para autos eléctricos, puso en marcha un programa masivo de plantación de árboles y arbustos y reunió al personal y a los residentes de Windsor para promover buenas prácticas ambientales en la localidad.
UN AMOR MUY INGLÉS POR LA NATURALEZA, LOS PERROS Y LAS CAMINATAS
En Highgrove House Carlos le dio rienda suelta a su amor por la naturaleza. Suele decirse que, de no haber nacido príncipe, el hijo mayor de la reina Isabel II bien podría haber sido granjero. En la casa de campo de estilo georgiano que adquirió un año antes de su boda con la princesa Diana, y a donde se dice que vivió gran parte de su affaire con Camilla, el entonces príncipe puso especial empeño en sus tres jardines, que son visitados por más de 40 mil personas al año.
Tanto el jardín silvestre, como el parque tradicional y la huerta orgánica, a donde produce para Fortnum & Mason, son cuidados según los principios de la agricultura biodinámica, que prohibe el uso de fertilizantes químicos. Además de los parques que tanto orgullo y placer le causan al Rey, la propiedad cuenta con un pabellón con colmenas de abejas, una “Casa de las Gallinas”, a donde 200 especímenes de las razas Burford y Marans producen 4 mil huevos al año (y que él mismo recoge cada vez que está, munido de guantes y botas Wellington), y un corral para el ganado hecho de piedra, al mejor estilo Cotswolds.
Fanático de los perros como su madre, que tuvo 30 de la raza Corgi a lo largo de su vida, el soberano del Reino Unido está enamorado de Beth y Bluebell, los Jack Russells que su mujer, Camilla, adoptó hace una década. Los perros viven con la pareja real en Clarence House y tienen acceso a “casi todos los rincones” de la residencia oficial en Londres con una sola excepción: “No tienen permitido dormir en la cama”, como contó la reina consorte tiempo atrás.
AL RESCATE DEL PATRIMONIO
Fue en 2007 cuando Carlos, que adora pasar tiempo en Escocia, reunió a un grupo de benefactores para comprar Dumfries House, una casa de estilo palladiano del siglo 18 en New Cumnock, al sur de Glasgow. Hacía poco tiempo que la mansión había sido puesta a la venta y todo su contenido, a subasta. El entonces príncipe no sólo logró mantener intacto el estilo arquitectónico de la casa, sino también los tesoros que contenía, entre los que se encuentra una de las colecciones más fabulosas de muebles Chippendale. La puesta a punto de la propiedad, que tiene una superficie de 800 hectáreas, reactivó la economía local y les dio trabajo a los pobladores locales.
Escocia también tuvo un rol protagónico en The Old Man of Lochnagar, un libro de cuentos que Carlos publicó en 1980, basado en las historias que solía contarles a sus hermanos menores, los príncipes Andrés y Eduardo, cuando eran niños. El libro fue tan popular que el propio príncipe de Gales lo leyó en un programa de la BBC cuatro años después de publicado.
El rescate del patrimonio de las islas, sin embargo, no sólo se circunscribe a los edificios, Su Majestad también defiende el trabajo artesanal. Tanto es así, que jóvenes británicos de todos los rincones del Reino Unido se especializan en habilidades que forman parte del patrimonio de las islas en The Prince’s Foundation, la organización benéfica que fundó hace más de cuatro décadas.
LAS ACUARELAS, UN ESCAPE TERAPÉUTICO
La pintura es una de las grandes pasiones del Rey, que llegó a exhibir algunas de sus obras. Fanático de las acuarelas, se cree que Carlos se decantó por este arte cuando se dio cuenta de que la fotografía no era lo suyo. Su Majestad pinta cuando la oportunidad se presenta y durante años llevó a sus tours reales su valija de cuero con un mini caballete para pintar paisajes inolvidables, como el pueblo de Paro, que inmortalizó en un lienzo, en una visita a Bután, en 1998.
“Te volvés más consciente de las cosas que se te pueden haber escapado, como la calidad de la luz y la sombra, el tono y la textura, la forma de los edificios en relación con el paisaje…”, contó Su Majestad antes de convertirse en Rey y añadió: “Requiere de la más intensa concentración y, en consecuencia, es uno de los ejercicios más relajantes y terapéuticos que conozco. En mi caso, [la pintura] me transporta hacia otra dimensión que, literalmente, refresca partes de mi alma a las que no llego con otras actividades”.
EL PRÍNCIPE DEPORTISTA
Si bien sus primeros amores fueron la música, el arte y la cultura, Carlos se probó, y conquistó, varios deportes ligados a la realeza. A medida que fue madurando, el príncipe gravitó con naturalidad hacia el polo, el esquí alpino y la pesca con mosca, actividades que practicó en las canchas de Windsor, las pendientes de Klosters, en Suiza, y el río Dee, en Balmoral, respectivamente.
Fue su madre, la reina Isabel, quien le enseñó a andar a caballo de chico junto a la princesa Ana. La pasión por el polo, conocido como el “deporte de los Reyes”, fue una herencia de su padre, el duque de Edimburgo, quien supo ser un hábil polista. El Rey jugó de manera competitiva hasta 1992 y siguió midiéndose en partidos benéficos hasta 2005, cuando decidió colgar su montura “con gracia y pesar”. Sus hijos, el príncipe William (40) y el príncipe Harry (38), heredaron de él el fervor por el polo, como así también el entusiasmo por el esquí alpino.
Carlos tenía 14 cuando aprendió a esquiar en las pendientes de Csuol, en Suiza, y Vaduz, en Liechtenstein… Pero fue en un viaje a Klosters, a sus 30 años, cuando selló su amor con el deporte invernal, que sigue practicando a la fecha.
EN BUSCA DE UN BUEN PIQUE… ¡Y UN GRAN GIRO!
Su abuela materna, la Reina Madre, le enseñó el arte del casteo de muy chico, en el río Dee, cerca del Castillo de Balmoral. Desde entonces la pesca con mosca es la manera en que Su Majestad se relaja durante sus vacaciones de verano, rodeado de la tranquilidad del río y las montañas.
En 2003, un año después de la muerte de su abuela, el entonces príncipe de Gales asumió como embajador de la Asociación para la Conservación de la Trucha y el Salmón y, como ella, se encargó de compartir esta pasión con sus hijos, que también son grandes pescadores.
Carlos exploró otros deportes de agua, como el buceo, el esquí acuático y el windsurf. De hecho, fue el primer miembro de la familia real británica en descubrir el placer de surcar el viento con una vela y una tabla… Y fue realmente bueno en esta actividad.
Pero hay un deporte del que Su Majestad nunca habla, y que mantuvo en secreto durante años. En la intimidad, es un experto patinador sobre hielo, ¡y hasta está certificado! Según confirmó el Palacio de Buckingham, el Rey aprendió a patinar sobre hielo en la pista de Richmond y recibió un certificado de mérito a sus 14 años.
Su madre también adoraba patinar sobre hielo y aprendió a hacerlo de niña en la pista del Park Lane Club. Isabel II amaba tanto el deporte, que se convirtió en Patrona de la disciplina en 1952.
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